Echo de menos el olor a lejía de las piscinas. Cuando eres pequeño y vas, y notas ese olor, crees que es cloro. Cuanto más han limpiado por la noche los pasillos más crees que han puesto cloro en el agua. Te tiras y te frotas los ojos, no por el cloro que haya en el agua sino por el olor a lejía que había en los pasillos, es curioso.
Y cuando ya no vas a las piscinas con caballitos de mar cosidos en los bañadores, hechas de menos esa sensación, y el que alguien te espere con un bocadillo de sobrasada y tortilla francesa al salir.
Alquilarías una dama de compañía para que hiciese eso, traerte bocadillos de sobrasada y tortilla a la salida de algún club de deporte. para hacerte sentir un niño.
Solo queremos volver a ser niños. Envueltos en olor a lejía, con camas a las que no alcance su fin nuestros piés, que el sueño nos venza por las noches y la imaginación no supere a la realidad: sea la realidad.
Hoy le diré a mi mujer si quiere ser mi novia. Hay que rebobinar.
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